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Las máscaras son, indudablemente, una parte esencial de la lucha libre. No cualquiera se gana del derecho a portarla, y cuando se apuesta, se defiende hasta con la vida. Para los aficionados se trata de algo mágico. Ya sea aquellas de esponja que venden afuera de las arenas, o una original adquirida con el luchador, una máscara de su ídolo es uno de los mayores tesoros que pueden tener. Ahora, gracias al esfuerzo de Sólucha (Japón y México), llega el libro El arte y magia de la máscara, el cual compendia en un volumen algunas de las máscaras más significativas de la lucha libre mexicana, hechas por los más reconocidos mascareros. Las máscaras que desfilan en esta impresionante compilación pertenecen a colecciones como la de Christian Cymet, Bernardo Flores y Joshyman en México, y otros coleccionistas importantes en Japón, y simbolizan el trabajo de hombres como Antonio H. Martínez, la dinastía López (Ranulfo, Leopoldo y Alejandro), la familia Romero (Raúl, Víctor y el Guerrero Inca), la dinastía Bucio (Arturo, Gerardo, Ángel y Arturo), la Furia, Alejandro Rodríguez y la dinastía Rolling (Mr. Rolling y Rolling Boy).
El pasado 11 de marzo, teniendo como marco la Taquería Chabelo, se presentó El arte y magia de la máscara, donde se dieron cita los mencionados mascareros, quienes en una mesa redonda moderada por José Antonio Ramírez (Joshyman, de Sólucha México), hablaron de sus inicios en el arte y oficio de la confección de máscaras, deleitando así al público asistente.
Para ver fotos de la presentación, entrar a Galería Gladiatores
Diego Mejía Eguiluz
Diego Mejía Eguiluz nació en la segunda mitad del siglo XX, pero no recuerda la fecha exacta porque apenas era un bebé. Empezó a escribir a los cuatro años, pero siempre reprobó en las clases de caligrafía. Ha sido asistente de producción tanto en teatro como en televisión, guionista de un programa cómico que se transmitía en el canal 40, periodista deportivo, corrector de estilo y editor de literatura infantil y juvenil. Aficionado a la lucha libre desde hace treinta y cinco años (más o menos), no logró su sueño de ser esteta profesional pues en aquella época no había mucho trabajo para los minis. Por lo mismo, tuvo que conformarse con luchar contra su almohada, pero siempre perdía. Es autor de cuatro libros, entre ellos Una aventura patológica (Porrúa, 2009), con el cual no se ha ganado ningún premio, pero hizo reír a su mamá y con eso se da por bien servido, y Tres caídas, publicado en 2011 bajo el sello TheGladiatores.com. Desde 2008 combina su trabajo editorial con la crónica de lucha libre y actualmente intenta recordar dónde dejó las llaves de su oficina.
